viernes, 21 de marzo de 2008

reflexion fisiologica


Nosotros mismos, somos en gran parte otros. Si vivir es ver pasar el tiempo, y no estar en él, no ser en el, habría algo definitivo adosado a la inercia. Más así el Tiempo es un gran Oximoron, un epitafio que ya desde que el hombre existe se lo llama mascara: es tanto generoso como criminal, dos caras tan reales como irreales. Generoso en el sentido etimológico de la palabra: de engendrar, de crear. Es algo terrible el Tiempo: crea las cosas, les da ser, y por eso es generoso, pero enseguida las mata, las asesina y por eso es criminal. Aquel que fuimos hace minutos no es ahora, porque a aquel ya lo mato el incesante tiempo, pero el que somos ahora es uno nuevo que nos da aquello que lo nuevo da: el ser imprescindible, diferente, frente la otra cara, de las tres, del tiempo (presente, pasado y futuro) frente al futuro, el ser nuevo a cada instante. Borges en uno de sus poemas dice: “las cosas que no son olvido son las que el tiempo no las agarro”. Si el Tiempo no nos matara a cada rato, a cada instante seriamos un definitivo pasado, o más aun una nada. Las tres caras del tiempo, o sus tres perfiles; pasado, presente y futuro, son yo ahora, yo ahora y yo ahora, nosotros mismos, y muchos nosotros a la vez. Descartes, el inmenso, decía y acertaba: “Dios no solo crea al hombre cuando este nace, sino que tiene que recrearlo de nuevo en cada instante para que siga siendo”. Así nos transformamos en algo imprevisiblemente nuevo, si bien para el tiempo como para nosotros mismos. Nos hacemos metáfora, somos un “como si”. Y esto no es por estar confundido, y si estamos confundidos eso está bien, tal es que estamos pensando, con-fundiendo las cosas, esto es mental, arriba una persona pensante a ser hombre, a “fundir” las cosas en su mente. Más la metáfora que se produce es por que el hombre puede algunas cosas que quiere, pero esto no hace si no subrayarle tanto más que no puede las mejores cosas que puede. Experiencia tal produce la imaginación de otra realidad, la cual puede, sin limitación todo lo que quiere. Una metáfora es la unión de seres permisibles a esta unión, por ejemplo: “tu mejilla es como una rosa”, el sentido está en el medio, la mejilla no es una rosa es “como si” fuera una rosa y la rosa no es una mejilla. Los términos, para que se de la metáfora, seden su parte real, su parte material, de ser mejilla y de ser rosa, y se unen irrealmente. También es lindo pensar de manera irreal: se imaginan una mejilla con la forma de una rosa, seria terrible. Ortega y Gasset dice: “el hombre es una metáfora existencial”; y es así por donde tenemos que pasear por esta reflexión, como una metáfora, uniéndonos irrealmente, irnos de la realidad, irnos de este mundo. Más para irse de este mundo seria menester que hubiese otro. Y si ese otro mundo es otra realidad, por muy otra que sea, será realidad. Para que haya otro mundo a que mereciera la pena de irse seria preciso, ante todo, que ese otro mundo no fuese real, que fuese un mundo irreal. Entonces estar en él, ser en él equivaldría a convertirse uno mismo en irrealidad. Esto si seria efectivamente suspender la vida, dejar un rato de vivir, descansar del peso de la existencia, sentirse aéreo, etéreo, ingrávido, invulnerable, irresponsable, in-existente. No es difícil irse. Debemos encontrar el punto de donde partir, de donde despegar, el aeropuerto, el principio, el precipicio, si eso no podemos conocer, el final del viaje, del alejamiento tampoco alcanzaríamos a disfrutar, tampoco habría condición. Y podemos en esta irrealidad decir nuevamente que el hombre en si mismo es otro a la vez, es ajeno. El ser ajeno es porque tiene la vida de otras cosas, se une irrealmente con esas cosas; uno llora o ríe, siempre por algo, y ese algo es el complemento de la metáfora, de la vida impropia, ajena a uno mismo. Siempre uno es condición de otro, el hombre existe porque existen las otras cosas, y las otras cosas existen porque existe el hombre. Al fin y al cabo: Dios los cría y ellos...

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